Esta es la situación: te portaste mal,
hiciste algo malo y lo hiciste mal (porque de haberlo hecho bien no te hubieran
agarrado), o te portaste bien pero estabas con quienes no debías estar o te
encontrabas en el lugar equivocado; si hubieses pensado todo esto no te habrían
metido a ese lugar tan temido por la mayoría de los barineses: EL INJUBA.
"Diferentes noches, diferentes personas, quieren, no quieren, aman, no aman, alguien se enamorará, alguien se quedará atras, alguien se pasará de la raya, alguien se cansará Y dejará de querer... No lo enciendas y no lo extingas, no creas, no temas, no preguntes y cálmate... En algún lugar hay un montón de nosotros pero es insuficiente; en las carreteras habrá una incursión... Alguien se arriesgará y alguien fallará, alguien entenderá pero no ayudará... No creas, no temas y no preguntes"
(Ne ver', ne boysya, ne prosi-t.A.T.u.)
19 dic 2012
¡Todos a la cárcel de Barinas!
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Venezuela
11 abr 2012
Brillar con luz propia
Vas manejando y consigues un semáforo en rojo… hace unos cuantos años atrás esto era perder 98 segundos (Aproximados) de tu vida sin absolutamente nada que hacer, exceptuando, tal vez, escuchar música o la radio, pero gracias a la situación económica actual cada vez más venezolanos deben buscar las formas de sobrevivir.
Una de las más creativas y rechazadas ha sido la labor desempeñada por los malabaristas callejeros, quienes esperan que la luz roja del semáforo aparezca para intentar, en esos 98 segundos, entretener a los conductores y sus acompañantes con un espectáculo corto y luego recolectar la mayor cantidad de propinas posibles.
Al principio este negocio resultaba muy rentable (sé de un malabarista en particular que llegaba a ganar hasta 80 Bs diarios), pero cada día fueron apareciendo más y más malabaristas, por lo que ya el simple juego de lanzar cuatro pelotas al aire y jugar con ellas no era suficiente: todos debían mejorar.
Pronto aparecieron cadenas con fuego, cuchillas, dos malabaristas juntos tratando de mantener objetos peligrosos circulando por el aire, inclusive llegué a ver a uno de ellos intentar subirse a un monociclo de dos metros de alto (sólo lo intentó, un policía le prohibió hacerlo porque era demasiado peligroso).
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos que hacen estos jóvenes por entretenernos cuando quedamos atascados en una cola o en el semáforo, no es bien recibido por muchas personas por considerarlos “un desecho de gente sin aspiraciones” o incluso automáticamente piensan que están en el mundo de las drogas y eso es lo que les lleva a trabajar en la calle.
Indiferentemente de estos argumentos, debería reconocerse el esfuerzo por mejorar y la pasión que ponen en su oficio, ya que más de una persona con un trabajo convencional (con aire acondicionado, quince y último, horario fijo, entre otros) no se apasiona por lo que hace ni intenta mejorar para ser reconocido o ganar más, de hecho, en muchos casos, intentan hundir a sus compañeros de trabajo para que les reconozcan el poco esfuerzo que hacen en vez de intentar brillar con luz propia; los malabaristas son honestos y dicen hacer exactamente lo que hacen, sin ocultarse y sin pena.
Los malabaristas nos enseñan una valiosa lección en cada semáforo: has aquello que te apasione, lucha, viaja, conoce, no te quedes varado en la luz roja que detiene por 98 segundos tu vida, sólo intenta ser el mejor y hazlo bien, por ti mismo y siempre recuerda que ya está bueno de jugar con las pelotas.
Una de las más creativas y rechazadas ha sido la labor desempeñada por los malabaristas callejeros, quienes esperan que la luz roja del semáforo aparezca para intentar, en esos 98 segundos, entretener a los conductores y sus acompañantes con un espectáculo corto y luego recolectar la mayor cantidad de propinas posibles.
Al principio este negocio resultaba muy rentable (sé de un malabarista en particular que llegaba a ganar hasta 80 Bs diarios), pero cada día fueron apareciendo más y más malabaristas, por lo que ya el simple juego de lanzar cuatro pelotas al aire y jugar con ellas no era suficiente: todos debían mejorar.
Pronto aparecieron cadenas con fuego, cuchillas, dos malabaristas juntos tratando de mantener objetos peligrosos circulando por el aire, inclusive llegué a ver a uno de ellos intentar subirse a un monociclo de dos metros de alto (sólo lo intentó, un policía le prohibió hacerlo porque era demasiado peligroso).
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos que hacen estos jóvenes por entretenernos cuando quedamos atascados en una cola o en el semáforo, no es bien recibido por muchas personas por considerarlos “un desecho de gente sin aspiraciones” o incluso automáticamente piensan que están en el mundo de las drogas y eso es lo que les lleva a trabajar en la calle.
Indiferentemente de estos argumentos, debería reconocerse el esfuerzo por mejorar y la pasión que ponen en su oficio, ya que más de una persona con un trabajo convencional (con aire acondicionado, quince y último, horario fijo, entre otros) no se apasiona por lo que hace ni intenta mejorar para ser reconocido o ganar más, de hecho, en muchos casos, intentan hundir a sus compañeros de trabajo para que les reconozcan el poco esfuerzo que hacen en vez de intentar brillar con luz propia; los malabaristas son honestos y dicen hacer exactamente lo que hacen, sin ocultarse y sin pena.
Los malabaristas nos enseñan una valiosa lección en cada semáforo: has aquello que te apasione, lucha, viaja, conoce, no te quedes varado en la luz roja que detiene por 98 segundos tu vida, sólo intenta ser el mejor y hazlo bien, por ti mismo y siempre recuerda que ya está bueno de jugar con las pelotas.
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