Érase una vez alguien que vivía sus días bajo el nombre de Renné, era joven, se dedicaba de lleno a sus intereses, iba al gimnasio con regularidad, ya era profesional y el éxito marcaba sus pasos, tenía un apartamento propio, pero nada de esto importaba porque tenía un fantasma dentro de su cabeza: le atraían las personas de su mismo sexo.
Pero este sentimiento que se
asomaba por su balcón cada viernes por la noche al darse cuenta que se
encontraba en soledad no era nuevo, lo venía experimentando desde su adolescencia,
cuando se fijó en esa persona que ahora, 15 años después, seguía invadiendo su
mundo de fantasía y haciéndole preguntarse ¿Qué habría pasado si…?
Tal vez se habría enamorado de
la luz de sus días de adolescencia y todavía compartirían sus vidas, tal vez le
habría rechazado, tal vez habrían tenido una relación infernal donde una de las
partes quedaría destruida y arruinada por siempre, tal vez… todos los días
soñaba un final distinto, pero no por ello se alejaba de la realidad, sabía
bien que todo eso no eran más que fantasías y tenía que estar al pendiente de
cuando un ser especial, su “media naranja”, apareciese y le rescatase de esa
prisión solitaria.
¡Y vaya si lo había
intentado!, tenía una lista interminable de hombres y mujeres en su haber,
tanto amantes como relaciones esporádicas, personas a quienes había amado sin
que le correspondiesen y otros tantos que le habían amado y, en este caso, era
Renné quien no les correspondía; pero así es la vida: una ruleta rusa
emocional.
Sin embargo, con el pasar de
los años dejó de intentar tener algo con personas del sexo opuesto por una
razón sencilla: no le causaba morbo imaginarles sin nada de ropa cubriendo sus
cuerpos, en cueros… y simplemente no podía tener algo que le llenara sentimental
y emocionalmente con alguien si no le podía llenar la cama.
Cada vez que recordaba su
historial una sonrisa de picardía se asomaba en su rostro; a pesar del rechazo
social por su estilo de vida, los múltiples problemas con su padres -quienes se
habían distanciado por ser Renné la oveja negra de su familia- y de haber
sufrido acoso de toda clase de personas para que dejara de vivir “en medio de
la aberración mundana”… su vida siempre había sido divertida, tal vez no
llenaba su alma de sentimientos positivos pero sabía que todo lo había
disfrutado en su momento, nada le despertaba arrepentimiento o desesperación, simplemente
se había divertido a lo grande cada vez que se le presentaba la oportunidad.
No obstante Renné siempre
hacía las cosas de forma instintiva, sin darse cuenta: se duchaba, comía,
trabajaba, pagaba facturas, escribía y conducía. Hubo un tiempo durante su juventud
en que tuvo que aprender a hacerlas, en ese entonces quizá le pareció
complicado, pero ahora le resultan tareas fáciles y sin secretos.
¡Sin secretos!… De verdad
deseaba cada día que todo pudiese ser tan fácil como hacer esas tareas, pero no
nos engañemos, Renné realmente disfrutaba –tal vez de forma malsana pero lo
hacía- las complicaciones y la falta de monotonía de su vida, en realidad Renné
sabía que todo habría sido más fácil si hubiese nacido siendo hombre, sí, más
fácil, pero no más divertido.